Por: Hugo Supo
A diez minutos de la carretera
Juliaca-Putina, en la jurisdicción de la provincia de Huancané, se
encuentra la comunidad campesina de Cucho Amaru, diez minutos más
allá está el famoso poblado de Huancho Lima donde Carlos Condorena
quiso fundar una república tahuantinsuyana libre de Lima. Es un
vallecito con gente humilde y trabajadora, cuyas aspiraciones de
superación se encuentran por ahora en 13 niños y niñas que asisten
a las aulas de la única escuela de la zona.
Pese a los esfuerzos, las familias ven
casi nulos beneficios en la agricultura y ganadería, las labores
están concentradas en la chacra de minifundio, la migración hacia
zonas mineras o a la ciudad donde una mayor parte irá a sumar las
cifras de la pobreza de asentamiento humano.
No hay, pues, esperanza clara en la
comunidad; por eso cuando los antropólogos, sociólogos, periodistas
o políticos hablan de comunidad como modelo de desarrollo y gran
propuesta hacia el mundo, los comuneros no saben muy bien de lo que
esta gente argumenta.
Si bien las comunidades han sabido conservar técnicas de convivencia dignas de imitar en el mundo, no es menos verdadero que procesos como la incompleta reforma agraria han vuelto perversas a estas organizaciones, además, seguramente, de otros procesos que no vamos a enumerar en esta entrega.
Si bien las comunidades han sabido conservar técnicas de convivencia dignas de imitar en el mundo, no es menos verdadero que procesos como la incompleta reforma agraria han vuelto perversas a estas organizaciones, además, seguramente, de otros procesos que no vamos a enumerar en esta entrega.
Perversas como ese asesinato (justicia
comunal le dicen otros) a los asaltantes en Acoccollo, perversas como
la corrupción que pervive disfrazada de “correspondencia”,
perversas como la envidia, tan humanamente natural, que hace pelear a
los integrantes de nuestras comunidades hasta la muerte por un surco
más o menos.
Los mismos vicios que lamentamos en la urbe, también los lamentan allí, de manera que la mirada antropológica de esta organización es solo eso: una mirada externa y, muchas veces, foránea. Si antes se habló de una utopía andina, hoy tendríamos que reflexionar de la utopía comunal.
Los mismos vicios que lamentamos en la urbe, también los lamentan allí, de manera que la mirada antropológica de esta organización es solo eso: una mirada externa y, muchas veces, foránea. Si antes se habló de una utopía andina, hoy tendríamos que reflexionar de la utopía comunal.
Eso sí, no se ha perdido esperanza,
ella reside en la educación de esos niños. Trece de esos
comuneritos amigos míos han dado a este cronista el honor de apadrinarles en esta
etapa, trece que saben que su educación es el verdadero camino a la
libertad, trece por los que hay que apostar. (Correo Puno Juliaca
12/10/15 Foto: Basilio)