miércoles, abril 04, 2007

No me dejaron tiempo para la despedida

Por: Hugo Supo

Hoy noté que mi compañero de carpeta cambió. Al igual que yo tiene un hijo, ya no piensa en copiar de mi tarea, ahora le preocupa otras labores, vi que es policía, no tiene la pinta, pero si el uniforme. Ya no me habla, el tiempo y la distancia nos ha separado más allá de ese espacio que en la carpeta que compartíamos de niños.

La chica de la otra fila en el salón, aquella que a muchos nos gustaba, también cambió. Ahora que la miré bien, no es muy simpática que digamos, y pienso, y me respondo, con razón nunca ganó el concurso de belleza en tercero de primaria. Tal parece que el marido la abandonó, tampoco me habla, aunque alguna vez que ya no recuerdo nos dijimos un frío hola.

El profesor de matemáticas tiene más arrugas y menos gracia que antes. Me enteré que ya no usa la tableta con sus alumnos, y quizás ya se jubile. El profe es bueno, pero los años han hecho que se le note el cansancio, los números ya no entran a sus alumnos como antes. Ahora usa gafas y luce desarreglado.

Cambió la ruta del microbús que me regresaba a casa. En si, ese microbús ya no existe, ahora nuevos microbuseros invadieron esas calles, y las moldean con nostalgia para los niños de hoy y hombres del mañana.

Atrás quedó la vieja campana de nuestra melancólica escuela. El talan talan que nos apuraba en la formación o en la salida, ya no tiene la misma esencia, los fríos timbres de ahora han hecho de mi escuela un lugar diferente, casi desconocido.

Ya casi nadie usa el uniforme escolar plomo. La moda es que cada colegio tenga su propio uniforme, por cierto, en algunos casos muy provocativos en el caso de las mujeres. Luego se quejan de los acosos.

Y aunque me han dicho que todavía se aprende a leer con “Coquito”, ya no tiene la misma magia que cuando yo la hojeaba. Las letras que aprendí en ese antiguo libro, nunca más lucirán igual.

Ahora me pregunto: Dónde están esos tiempos, cuando por tanto caminar y jugar, nuestras zapatillas “Sin Fin” se cubrían con polvo, dónde quedaron esas mañanas cuando enfilados esperábamos la revisión de nuestros pañuelos por parte del brigadier de sexto. Qué fue de esos recreos a las diez y veinte de la mañana, cuando nos conmovía que alguno de nosotros se quedara en el salón, castigado por alguna travesura.

Y es que no nos dieron el tiempo suficiente para llorar nuestra despedida, no pudimos suspirar como hubiéramos querido por esas carpetas bipersonales donde escribimos nuestras historias…ya es tarde, ya todo ha cambiado.

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