Por: Alberto Adrianzén
Luego de la saludable reunión que ha tenido la izquierda hace unas semanas, es necesario decir que si se la quiere refundar, como muchos deseamos, hay dos condiciones necesarias. La primera, que asuma su crisis y que reconozca que es la más profunda en América Latina. La segunda, que acepte la necesidad de renovación de su pensamiento, de su acción y de sus cuadros dirigenciales.
En realidad a la izquierda peruana se le cayó el Muro de Berlín, pero también, luego de su ruptura a fines de los años ochenta cuando era una de las izquierdas más grandes de la región, construyó otro muro que la aisló del mundo popular. Desde esos años hasta hoy, la izquierda no ha podido derribar ese muro.
Es cierto que Sendero Luminoso fue y sigue siendo un factor clave en esta crisis. Su discurso, su práctica terrorista, fue, acaso, lo que más contribuyó al desprestigio y decadencia de un pensamiento izquierdista. A ello se sumó, qué duda cabe, la propia dirigencia (me refiero a IU) que no entendió que se entraba a una nueva época y que para ello se requería, como hoy dicen los bolivianos, un nuevo instrumento político que no era la suma de los partidos sino algo muy distinto, a tono con una sociedad que estaba dejando su estructura clasista para ser una sociedad de masas. Las “capillas” no podían contener a una “feligresía” que se había multiplicado pero que también quería escuchar nuevas voces.
El otro factor es la existencia de una derecha (el fujimorismo es parte de ella) que cree que el mejor sistema político es aquel en el que no existe la izquierda. Desde la década de los treinta a los grupos dominantes les cuesta aceptar que otras voces, distintas a la suya, existan. Ello explica el porqué no abundan en este país los liberales consecuentes sino más bien los pseudoliberales (como lo demuestra el caso de la U. Católica). Hace unos días (26/4/10) Oliver Stark en el diario Perú 21 escribió un artículo, sin sonrojarse, de alabanza y defensa abierta del fascismo (también a propósito de la UC). Me parece que Stark representa el promedio de lo que piensa hoy la derecha en el país.
Sin embargo, creo, lo que más afectó a la izquierda fue su estructura y composición corporativa. Cada grupo representaba a un sector social. Cuando esos grupos (me refiero a la clase obrera, al campesinado, a los pobladores, maestros y estudiantes) entraron en crisis o, simplemente, mutaron como consecuencia de los cambios sociales, económicos y culturales, los grupos de izquierda iniciaron un proceso de franca decadencia que dura hasta hoy. Fue el corporativismo, como la persistencia en sus cargos de los dirigentes y de un viejo discurso, los materiales con los cuales se construyó este muro que hoy separa a la izquierda de un mundo popular que lucha por su integración a una nueva comunidad nacional. La izquierda, más allá del discurso, no institucionalizó esa demanda ciudadana (y democrática).
Por eso no me parece extraño que haya sido el nacionalismo el que, finalmente, evidenció la profundidad de esa crisis. Obtener 1,5% en el 2006 cuando el candidato del nacionalismo lograba un poco más del 30% en la primera vuelta, fue la mayor evidencia de que esa izquierda, más allá de sus esfuerzos y hasta heroísmo, no daba más.
Por eso también creo que la izquierda, si quiere recomponerse (como muchos deseamos) debe aceptar de que si hoy puede cuando menos discutir la posibilidad de su renacimiento o fundar partidos (como Tierra y Libertad) se lo debe en parte al nacionalismo (y a Ollanta Humala) que logró recapturar el voto popular (esperemos que eso se repita el 2011) y levantar un programa cercano a la ideas izquierdistas. Pensar que el nacionalismo no tiene que ver con el socialismo o la democracia participativa (más allá que se diga que está en el campo popular), como se ha dicho, es un error que podría conducir nuevamente a la izquierda a su aislamiento. Y eso no solo es una tragedia para la izquierda sino también para la democracia y para el país.
Publicado en La República 01/05/2010
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