Por: Hugo Supo
La historia es la mejor muestra para
saber que las relaciones humanas son dinámicas y cambian. Hoy por
ejemplo, la familia ya no es la misma de antes: su concepto, tareas y
composición han variado.
Hace algún tiempo hemos tenido una
sociedad cuya base eran las “familias ayllu”, las que se
asemejaban más a lo que hoy conocemos como comunidad (de allí que
en las zonas rurales todavía el trato es de hermanos entre adultos o
de tío-tía cuando un niño-joven se refiere a su mayor).
A finales del siglo XX tuvimos las
familias de relación sanguínea, es decir con el convencional
concepto de papá, mamá e hijos (donde los abuelos y tíos pasan a
tener una relación menos importante).
Y en estos tiempos existen una variedad
de conformaciones grupales que también son familia. Hablamos de
relaciones homosexuales, segundos matrimonios (tanto los que
conservan sus primeras relaciones o los que integran sus primeras
familias con la segunda), convivencias sin matrimonio y las familias
monoparentales, estas últimas son mucho más frecuentes hoy.
Son las familias monoparentales las que
están encajando en nuestra realidad, aunque la mediocridad ha hecho
que adquieran connotaciones peyorativas, siendo calificadas como
“familias incompletas”, “familias rotas” y/o “familias sin
padre” (porque en la mayoría de los casos “el jefe de familia”
es la mujer).
Es este tipo de familia que ajusta
también en mayor medida a las mujeres de nuestros días, según
reciente investigación de Arellano Marketing sobre el “Estilo de
Vida de la Nueva Mujer Peruana”, un 55% de las damas se ubican
dentro de las llamadas “modernas” (sale del hogar para conseguir
autorrealización, deja de depender económicamente del varón y
adquiere un rol más activo en el grupo familiar) y el restante 45%
opta por ser “conservadora” (prefiere garantizar la seguridad
familiar, no arriesgar por lo propio y dar todo por la unidad
biparental).
En cualquiera de los casos, la verdad
es que la mujer ha tenido harto que ver con los cambios de
conceptualización familiar, ha ocurrido principalmente desde el
nuevo rol que tomó en la sociedad, ya que su ingreso al trabajo
fuera de casa ha provocado que su papel inicial tenga otro matiz.
Quiere decir que el protagonismo de la
mujer sigue siendo trascendental en el desarrollo social.
Históricamente, pero hoy más, al estar el hijo-hija más cerca de
las madres que de los padres, es indubitable tener conciencia de la
prioridad de esa primera educación-relación para el futuro de la
sociedad.
Cierto, sería bueno conservar el
equilibro de la familia biparental, pero la existencia de los grupos
monoparentales parece ser un destino difícil de cambiar a esta
altura de la historia, considerando que la tecnología y las
revoluciones sociales son irreversibles.
Hoy más que antes, el rol educador de
la mujer debe ser primordial; requerimos no solamente madres
consentidoras que llenen de caricias y preparen la comida; también
las queremos firmes, emanando disciplina e inspiración para los
hijos.
No las necesitamos derrotadas,
descuidadas y echadas al abandono, las requerimos leyendo un libro,
haciendo deporte y también hablando de política. ¿Por qué no?
¿Nos quejamos de la delincuencia?, ¿de
la televisión basura?, ¿de la corrupción?, ¿de los grandes
problemas sociales? Las mujeres deben estar conscientes de lo
fundamental que son para el mundo las decisiones que toman para con
sus hijos, esas decisiones de apariencia insignificante, como el
elegir el canal de televisión o el cumplimiento de los horarios de
estudio para los niños; allí empieza la educación.
La familia ha cambiado y lo seguirá
haciendo, lo que no cambia es que es perenne como el núcleo
fundamental de la sociedad; ergo, es el reflejo de la sociedad. Un
gran reto para las madres de hoy. (Publicado en Correo Puno 13/05/13)
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