(Reseña crítica al texto Periodismo bajo el terror de Aase Hjelde)
Por: Yda Ponce y Hugo
Supo
Escrito originalmente en
noruego, el “Periodismo bajo el terror” de la investigadora Aase
Hjelde nos intenta retratar y hacer comprender la situación
particular de los periodistas ayacuchanos en tiempos del terrorismo o
conflicto armado, como conviniere considerarlo.
Es pues un estudio
específico, basado en recoger testimonios de comunicadores locales
acerca de sus experiencias y condiciones de realización en
periodismo, en citas teóricas, comparaciones con otras realidades e
impregnadas con el punto de vista de la autora.
Al leer “Periodismo
bajo el terror” uno llega a abrir muchas interrogantes, pero, para
los fines de la presente discusión, la que más podría interesarnos
es: ¿cuán objetivos podemos ser en la difusión de los hechos en
medio de un conflicto de las características del pueblo ayacuchano
en el contexto de los ochenta y noventa?
Aase Hjelde prefiere
llamarlo “periodismo de coyuntura”, pero quizá habría que ser
un poco más específicos al darle una nomenclatura que nos ayude a
comprender el desempeño de los periodistas ayacuchanos de la época.
En nuestro caso, vamos a denominarlo “periodismo de convivencia”.
A diferencia de los
hombres y mujeres de prensa foráneos que llegaban a Ayacucho con el
objetivo de cubrir los hechos de violencia, sea de autoría de
Sendero Luminoso o el Ejército Peruano, los periodistas locales
tuvieron que desempeñar su rol en medio de la convivencia. Los
enviados especiales de los medios limeños y extranjeros eran meros
visitantes, los locales no, ellos tenían que convivir, día y noche,
con todas las partes en conflicto.
Esto, por supuesto, puede
ser ventajoso o no. El “periodismo de convivencia” implica tener
un acceso más profundo a las fuentes de información, se las tiene
más cerca, son los vecinos, es el colega, el policía de la ciudad,
el presidente de tal o cual comunidad, etcétera; ergo, está latente
la posibilidad de lograr mayor fidelidad a la hora de presentar un
caso, pero ¿hasta qué punto esa cercanía con las fuentes nos
permite tentar la objetividad o simplemente la imparcialidad?
El hecho de convivir con
las fuentes informativas hizo que el periodista ayacuchano tenga un
nivel muy profundo de involucramiento, sobre todo con la llamada
“sociedad civil”.
La reciente dictadura
militar de la que el Perú se curaba con Fernando Belaúnde había
dejado una imagen negativa de los militares en la conciencia
colectiva, no solo ayacuchana, sino en todo el país. Esa distancia
hizo que los periodistas den mayor credibilidad a las denuncias de
los comuneros que se quejaban por los abusos de los “sinchis” por
ejemplo.
En las entrevistas que
Aase Hjelde hace a los periodistas ayacuchanos, son ellos mismos los
que admiten que no fueron lo suficientemente críticos con las
acciones terroristas de Sendero Luminoso, hubo allí un
desequilibrio.
Y el desequilibrio que
anotamos es percibido desde una óptica académica, aunque igualmente
podría hacerse la misma observación desde Lima, el extranjero o de
cualquier modo que nos permita abstraernos del contexto del Ayacucho
ochentero y noventero (tiempo y distancia).
Para comprender la
actuación de los periodistas locales que cubren conflictos es
necesario estar contextualizados con lo que pasa. En Ayacucho no solo
era la mala imagen del militar, habían otras condiciones que
hicieron que la historia del periodismo se escribiera tal y como hoy
la conocemos.
En el Perú de entonces,
por influencia mundial, estaba muy de moda el idealismo comunista, en
un país en el que las brechas sociales han sido un problema
histórico, Sendero Luminoso encontró la oportunidad de buscar el
poder siguiendo la receta del terror, por ello provocó una guerra,
desconoció al Estado y empezó a armar su propio estado en zonas
donde más debilitamiento estatal había.
El centralismo, por su
parte, también jugó un rol trascendental a la hora de la toma de
posición del periodista ayacuchano. Al principio, lo de Sendero
Luminoso solamente era visto como hechos delincuenciales y no un
problema de orden político-militar. La miopía del centro dejó, no
solamente avanzar a los terroristas, también el crecimiento de la
indignación por la desatención hacia los reclamos de alerta que se
hacían desde la prensa local.
Lamentablemente, Lima no
ha aprendido hasta nuestros días la lección. Si tuviéramos que
contextualizar un hecho cercano es el emblemático asesinato de
Cirilo Robles Callomamani (exalcalde de Ilave), este hombre fue
ajusticiado por una masa enceguecida de odio en abril del año 2004.
Los puneños hemos sido
testigos de la indiferencia de la capital para con este problema que
pudo evitarse si se atendía a tiempo. Marcando las distancias, fue
una mirada similar la que se dio con Ayacucho en los inicios de los
ochenta.
La estrategia de lucha
que practicó Sendero Luminoso fue la de ser invisible, así que el
enemigo estaba en todas partes o en ninguna a la vez. Nadie podía
estar seguro de quién era quién. Ayacucho fue una sociedad de
desconfiados, algunos preferían simplemente migrar para evitar ser
de tal o cual parte en conflicto.
Pero los que se quedaron
allí, y regresemos al caso de los periodistas locales, no tuvieron
más remedio que adaptarse a las circunstancias, convivir con el
peligro, las amenazas, el espionaje, las mentiras, dudas, el
asesinato de colegas, las restricciones impuestas al desempeño
laboral, la falta de economía, los paros armados, etcétera.
Qué duda cabe, la
situación fue difícil para los periodistas locales, pues es
intentar cumplir lo mejor posible el rol de comunicador sin morir en
el intento.
Ponerse en una posición
neutral podría considerarse como la estrategia más segura para
sobrevivir en el periodismo y aproximarse a la objetividad, pero en
tiempos de conflicto la neutralidad y/o imparcialidad es algo que
simplemente es casi imposible de ser percibida por las partes en
disputa. Como en el caso de los ayacuchanos que procuraban
mantenerse en una posición sobria, aunque al final siempre acababan
por ser juzgados o sospechosos de apoyar a alguna de las partes.
A mayor cercanía mayor
riesgo para los periodistas, eso es lo que vivió el periodista
ayacuchano que cubría esa parte de la historia peruana.
Siempre guardando
distancias, el quehacer periodístico no ha cambiado mucho a la hora
de cubrir conflictos sociales en zonas específicas como Ayacucho o
Puno. Son similares peligros, riesgos y posibilidades los que se
presentan en cada ocasión de estudiar nuevamente un caso de
“periodismo de convivencia”.
No es novedad en el Perú,
sobre todo durante el gobierno de Alan García, haber visto a radios
locales ser acusadas de agitadoras o impulsoras de conflictos, cuando
para el periodista local simplemente se estaba informando y opinando
de lo que acontecía y vivía con su población.
El reciente “Aimarazo”
puneño es un ejemplo de cómo se cubrían los hechos, diferente
desde Lima y sus enviados especiales, y diferente en Puno con una
mayoría de periodistas locales que tuvieron el reto de cumplir su
rol lo mejor posible en circunstancias distintas a la de los
foráneos.
Puno, verano del 2014
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