Por: Hugo Supo
El fiscal Omar Alberto Quispe Vargas
quedó impactado por los titulares de los periódicos informando
sobre la muerte del mototaxista Juan Carlos Uturunco ocurrido la
noche del 19 de enero del 2015. La ola de asesinatos se había hecho
incontenible, era el runrún diario en la Juliaca pre-carnavalesca.
A pesar de la serie de homicidios
ocurridos desde el año 2014, el Ministerio Público especializado en
crimen organizado recién abrió la investigación formal tras
haberse hallado el cuerpo de Juan Carlos en la salida a Puno.
Entonces, mototaxistas movilizados y
prensa reclamando resultados provocaron respuestas. Un equipo
policial especializado se instaló en Juliaca. Había llegado la hora
de conocer a los “Malditos del costal”.
ESPIADOS. Mientras Willy Pacha Huanca y
Juan Jesús Córdova Quispe preparaban el homicidio de Luis Eduardo
Apaza Apaza, su séptima víctima, los agentes de la policía
vigilaban el movimiento de un personaje clave: Leornardo Mormontoy
Cazasola.
Fue él quien compró el equipo celular
y la bateria de moto, perteneciente al muchacho Juan Carlos Uturunco.
El final de esta historia empezó a las
18:21 horas del 20 de enero, a esa hora Leonardo Mormontoy insertó
el chip con el número 951155555 al equipo codificado con el número
351648060598990 sin saber que estaba siendo monitoreado por la
policía. La caída de los malditos era cuestión de días.
EL PRIMERO. Leonardo Mormontoy fue
detenido a las 20:45 horas del 11 de febrero cuando pretendía viajar
a Puerto Maldonado desde el terminal terrestre de Juliaca. No había
escapatoria, tuvo que hablar todo lo que sabía mientras un
secretario anotaba cada una de sus palabras en la oficina de Seincri
Juliaca.
FINALMENTE. Esa misma noche, en el
grifo San Román, en el cuartucho de la muerte, los psicópatas ni
siquiera sospechaban que serían detenidos en los siguientes minutos,
roncaban hasta que escucharon unos pasos fuera de la habitación.
Habían caído.
CONFESARON. Willy Pacha Huanca y Juan
Jesús Córdova Quispe fueron sometidos a extensos interrogatorios.
Se esforzaron por negar todo al principio, cayeron en contradicciones
y ya les fue imposible disimular.
El último de los asesinos, Wilson
Quispe Arque, que estaba en Tacna, decidió entregarse en aquella
localidad.
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