lunes, septiembre 03, 2007

El almuerzo de la camarada Julia

Por: Hugo Supo

La protagonista de esta historia nunca se leerá a ella misma en estas líneas, pues la señora Julia es iletrada. Vive en Villa Socca, un poblado ubicado a más o menos cincuenta kilómetros al sur de Puno, a orillas del gran Titikaka. Llegué a conocerla por pura casualidad, un fin de semana, de esos, que a veces provoca reprocharse a uno mismo. Pero, llegué allí.

Nos habíamos apartado del grupo con el que fuimos a Socca inicialmente, y sin querer -dos amigos y su servidor- fuimos a parar a la tiendecita de doña Julia. Una casucha construida de adobe, de dos pisos, con techo de calamina, y sin acabado.

Julia debe tener unos cuarenta años de edad, viste como toda una dama socceña, con pollera, manta, y sombrero de paño. Tiene de tanto trabajar, las manos llenas de callos, y en su rostro, el tiempo ha dejado sus huellas.

Nuestra casera –como la llamamos en ese momento- ubicó su poca mercadería de abarrotes en la primera planta de su vivienda. El polvo que corría en ese lugar, deterioraba un poco la vista.

La solitaria callecilla por la que nos proponíamos caminar hacia una playita cercana, se hizo de pronto conocida para nosotros. Y mientras compartíamos aquel medio día, fuimos redescubriendo la mágica sensación de sentirse puneños, de sentirse serranos.

En la universidad se nos había hablado del comunismo y tantos ejemplos marxistas que buscaban la igualdad de la sociedad en el mundo. Un universo igualitario diríamos. Una utopía en este momento.

En las ciudades, y por influencia de algunos medios de comunicación, nos hemos convertido en seres fríos, hastiados de envidia, egocéntricos e individualistas, características que nos alejan tanto de una sociedad más solidaria, que nos separa tanto de la señora Julia.

No obstante, en las zonas rurales de Puno, en sus comunidades campesinas, parcialidades y centros poblados, ese sentimiento solidario sigue latente. La señora Julia nos lo ha demostrado, pues a cambio de un saludo por la radio, ha dado lo mejor de su atención en ese momento. Un exquisito almuerzo serrano para tres hambrientos que no sabían cómo agradecer el gesto. La camarada Julia, quizás nunca sabrá cuánto significó ese momento para nosotros, puesto que no sólo sació nuestra hambre fisiológica, también nos ha acercado un poquito más a nuestros orígenes y sus principios.

El comunismo andino, no es utopía, pervive en la puna, en esas casuchas sin acabado elegante, en esas mentes trabajadoras, y que sin importar las políticas del gran Estado, hacen realidades, construyen a pesar de todo, una comunidad más justa y equitativa.

Refuerzo la idea con las experiencias que se viven en las comunidades de Huancané (norte de Puno). Allí, un almuerzo para alguien, o para una familia, es un almuerzo para todos, basta decir, que esas papas y demás potajes andinos sancochados, logran que nadie termine con hambre, incluso sobra para llevar a los que se quedaron en casa. Así se come en el ande. Es cierto, no se conoce de protocolos, pero, se sabe bien lo que es una buena comida mis “camaradas”.