sábado, febrero 15, 2014

“Periodismo bajo el terror, el periodismo de convivencia”

 (Reseña crítica al texto Periodismo bajo el terror de Aase Hjelde)
Por: Yda Ponce y Hugo Supo

Escrito originalmente en noruego, el “Periodismo bajo el terror” de la investigadora Aase Hjelde nos intenta retratar y hacer comprender la situación particular de los periodistas ayacuchanos en tiempos del terrorismo o conflicto armado, como conviniere considerarlo.
Es pues un estudio específico, basado en recoger testimonios de comunicadores locales acerca de sus experiencias y condiciones de realización en periodismo, en citas teóricas, comparaciones con otras realidades e impregnadas con el punto de vista de la autora.
Al leer “Periodismo bajo el terror” uno llega a abrir muchas interrogantes, pero, para los fines de la presente discusión, la que más podría interesarnos es: ¿cuán objetivos podemos ser en la difusión de los hechos en medio de un conflicto de las características del pueblo ayacuchano en el contexto de los ochenta y noventa?
Aase Hjelde prefiere llamarlo “periodismo de coyuntura”, pero quizá habría que ser un poco más específicos al darle una nomenclatura que nos ayude a comprender el desempeño de los periodistas ayacuchanos de la época. En nuestro caso, vamos a denominarlo “periodismo de convivencia”.
A diferencia de los hombres y mujeres de prensa foráneos que llegaban a Ayacucho con el objetivo de cubrir los hechos de violencia, sea de autoría de Sendero Luminoso o el Ejército Peruano, los periodistas locales tuvieron que desempeñar su rol en medio de la convivencia. Los enviados especiales de los medios limeños y extranjeros eran meros visitantes, los locales no, ellos tenían que convivir, día y noche, con todas las partes en conflicto.
Esto, por supuesto, puede ser ventajoso o no. El “periodismo de convivencia” implica tener un acceso más profundo a las fuentes de información, se las tiene más cerca, son los vecinos, es el colega, el policía de la ciudad, el presidente de tal o cual comunidad, etcétera; ergo, está latente la posibilidad de lograr mayor fidelidad a la hora de presentar un caso, pero ¿hasta qué punto esa cercanía con las fuentes nos permite tentar la objetividad o simplemente la imparcialidad?
El hecho de convivir con las fuentes informativas hizo que el periodista ayacuchano tenga un nivel muy profundo de involucramiento, sobre todo con la llamada “sociedad civil”.
La reciente dictadura militar de la que el Perú se curaba con Fernando Belaúnde había dejado una imagen negativa de los militares en la conciencia colectiva, no solo ayacuchana, sino en todo el país. Esa distancia hizo que los periodistas den mayor credibilidad a las denuncias de los comuneros que se quejaban por los abusos de los “sinchis” por ejemplo.
En las entrevistas que Aase Hjelde hace a los periodistas ayacuchanos, son ellos mismos los que admiten que no fueron lo suficientemente críticos con las acciones terroristas de Sendero Luminoso, hubo allí un desequilibrio.
Y el desequilibrio que anotamos es percibido desde una óptica académica, aunque igualmente podría hacerse la misma observación desde Lima, el extranjero o de cualquier modo que nos permita abstraernos del contexto del Ayacucho ochentero y noventero (tiempo y distancia).
Para comprender la actuación de los periodistas locales que cubren conflictos es necesario estar contextualizados con lo que pasa. En Ayacucho no solo era la mala imagen del militar, habían otras condiciones que hicieron que la historia del periodismo se escribiera tal y como hoy la conocemos.
En el Perú de entonces, por influencia mundial, estaba muy de moda el idealismo comunista, en un país en el que las brechas sociales han sido un problema histórico, Sendero Luminoso encontró la oportunidad de buscar el poder siguiendo la receta del terror, por ello provocó una guerra, desconoció al Estado y empezó a armar su propio estado en zonas donde más debilitamiento estatal había.
El centralismo, por su parte, también jugó un rol trascendental a la hora de la toma de posición del periodista ayacuchano. Al principio, lo de Sendero Luminoso solamente era visto como hechos delincuenciales y no un problema de orden político-militar. La miopía del centro dejó, no solamente avanzar a los terroristas, también el crecimiento de la indignación por la desatención hacia los reclamos de alerta que se hacían desde la prensa local.
Lamentablemente, Lima no ha aprendido hasta nuestros días la lección. Si tuviéramos que contextualizar un hecho cercano es el emblemático asesinato de Cirilo Robles Callomamani (exalcalde de Ilave), este hombre fue ajusticiado por una masa enceguecida de odio en abril del año 2004.
Los puneños hemos sido testigos de la indiferencia de la capital para con este problema que pudo evitarse si se atendía a tiempo. Marcando las distancias, fue una mirada similar la que se dio con Ayacucho en los inicios de los ochenta.
La estrategia de lucha que practicó Sendero Luminoso fue la de ser invisible, así que el enemigo estaba en todas partes o en ninguna a la vez. Nadie podía estar seguro de quién era quién. Ayacucho fue una sociedad de desconfiados, algunos preferían simplemente migrar para evitar ser de tal o cual parte en conflicto.
Pero los que se quedaron allí, y regresemos al caso de los periodistas locales, no tuvieron más remedio que adaptarse a las circunstancias, convivir con el peligro, las amenazas, el espionaje, las mentiras, dudas, el asesinato de colegas, las restricciones impuestas al desempeño laboral, la falta de economía, los paros armados, etcétera.
Qué duda cabe, la situación fue difícil para los periodistas locales, pues es intentar cumplir lo mejor posible el rol de comunicador sin morir en el intento.
Ponerse en una posición neutral podría considerarse como la estrategia más segura para sobrevivir en el periodismo y aproximarse a la objetividad, pero en tiempos de conflicto la neutralidad y/o imparcialidad es algo que simplemente es casi imposible de ser percibida por las partes en disputa. Como en el caso de los ayacuchanos que procuraban mantenerse en una posición sobria, aunque al final siempre acababan por ser juzgados o sospechosos de apoyar a alguna de las partes.
A mayor cercanía mayor riesgo para los periodistas, eso es lo que vivió el periodista ayacuchano que cubría esa parte de la historia peruana.
Siempre guardando distancias, el quehacer periodístico no ha cambiado mucho a la hora de cubrir conflictos sociales en zonas específicas como Ayacucho o Puno. Son similares peligros, riesgos y posibilidades los que se presentan en cada ocasión de estudiar nuevamente un caso de “periodismo de convivencia”.
No es novedad en el Perú, sobre todo durante el gobierno de Alan García, haber visto a radios locales ser acusadas de agitadoras o impulsoras de conflictos, cuando para el periodista local simplemente se estaba informando y opinando de lo que acontecía y vivía con su población.
El reciente “Aimarazo” puneño es un ejemplo de cómo se cubrían los hechos, diferente desde Lima y sus enviados especiales, y diferente en Puno con una mayoría de periodistas locales que tuvieron el reto de cumplir su rol lo mejor posible en circunstancias distintas a la de los foráneos.
Puno, verano del 2014