miércoles, junio 11, 2008

El dolor de muela


Por: Hugo Supo

El impetuoso sol de media mañana no lo dejaba en paz, y cada momento era peor para él, a causa del dolor de muela que -como a cualquiera a los doce años- a esa hora y en medio de los ex desiertos de Majes le hacia sacudirse de dolor, impotencia y molestia.

No era para menos, la caries en uno de sus caninos le había provocado una insalubre infección desde hace semanas. Unas tardes antes intentó practicarse una extracción, pero, un sacamuelas de mal genio le asustó y prefirió tomar otro “Dolocordrolan” para aplacar su molestia.

Fue en esa mañana de ferviente calor –y otras experiencias extraídas de ese viaje- cuando comprendió el amor de hijo a padre, puesto que en medio de ese desierto fue papá quien a regañadientes le calmó el capricho del dolor.

Y lo hizo sin pastillas, sin inyecciones, ni médicos de por medio. Lo que pasa es que el padre también sentía impotencia, no tenia el poder para ayudar a su vástago quien sufría por la muela hueca. El padre tuvo que -en medio de su propio dolor- aplicarle una dosis de palabras “fuertes” que dejó al pequeño en silencio y hasta le hizo calmar su padecimiento. Lecciones de vida, diría yo.

-¡Así es pe!, ¿Tú crees que la vida es fácil y todo lo consigues en la tienda de la esquina?. Le dijo con aparente amargura.

El silencio reinó por unos minutos, mientras ambos recorrían el polveado camino que parecía de nunca acabar. Nadie dijo palabra, no hubo murmuraciones, sólo silencio, y hasta la ocasional brisa costeña parecía enmudecer ante ese cuadro.

Más tarde, cuando el dolor de muela calmó y llegaron a un poblado cercano para “echarse” algo al estómago, el padre preguntó.

- ¿Todavía te duele el diente?
- No, ya no. Respondió el niño con un rostro alborozado.

Es aquella lección de vida que hasta hoy le hace recordar a su ahora achacoso padre, como si en su memoria de púber se hubiera grabado -cual si fuera un libro de fábulas- el momento aquél.

Allí aprendió este niño que muchas veces uno tiene que ingeniárselas para permanecer en pie, pese a lo repulsivo que parece ser el camino de la existencia terrena, siempre hay formas de superar las piedras que en la calzada encuentras, siempre es posible esquivarlas, si tienes un motivo por el que vivir.

Somos ingratos los hijos con nuestros padres cuando olvidamos esos momentos, cuando “maljuzgamos” y obviamos sus múltiples sacrificios y en cambio aborrecemos de ellos, evitando darles un abrazo y un te quiero sincero.

El niño ha crecido y le ha tocado ser padre, sólo que ahora él esta apartado de sus únicos puentes generacionales: Del padre y de su hijo, a quienes sólo puede ofrecerles un “amor por celular”.

Dicen que la vida es un eterno vaivén en el que uno se acostumbra a ser juguete de las circunstancias. Ahora que el niño es padre, ¿podrá acaso dar esas lecciones a su pequeño? ¿y este nuevo vástago podrá algún día recordar a su padre como su padre lo hace con el suyo?, ¿o les jugará bajo el destino para darles la espalda?.