sábado, febrero 07, 2009

La caperucita negra


Por: Hugo Supo

Esta tarde estuve cerca de la muerte, la maldita se acercó tanto que sentí en mi aliento el suyo, el éxtasis de la velocidad fue su cómplice, creo que el chofer medio dormido que conducía la combi en la que viajaba lo fue en mayor medida.

La esquelética eligió sorprenderme en la Curva del Diablo, una parte complicada de la maltrecha carretera Puno-Juliaca, se asomó por el retrovisor, me miró mostrando su maléfica sonrisa. Vestía como siempre de luto y se apoyaba en un gran bastón con terminación de hoz. Era la caperucita negra en persona.

Nosotros, los asustados pasajeros, no pudimos abrir la boca mas que para sorprendernos de la titánica maniobra que hizo el conductor para salvarnos. Un vaciado de frenos en el vehículo nos condujo al precipicio, íbamos como a cien por hora, yo tenía al chofer a mi costado, pero nada podía hacer para evitar la inminente desgracia. Durante unos segundos me resigné, abracé fuerte a mi hijo y me puse dispuesto a ser recogido por la dama de luto.

No sé en que momento reaccionó don Abrahán –que así resultó llamarse el conductor- pero, fue como despertar de un sueño maligno y aliviarse de que lo que viste sólo fue parte de eso: un sueño.

Don Abrahán dobló el timón hacia el lado opuesto del abismo, lo hizo de tal manera que los quince pasajeros que viajábamos fuimos sacudidos ferozmente, los neumáticos de un lado de la combi se levantaron y el otro par sacó chispas en la pista. La acción tuvo como consecuencia un choque frontal con la ladera del cerro, fue ese montón de tierra y roca que nos detuvo y permitió que respirásemos más tranquilos.

- ¡Mierda!, de la que nos salvamos. Dijo el chofer en medio de su aturdimiento.
- Es cierto, de la que nos salvamos. Pensé para mi mismo, abrazando a mi retoño.

Tenía razón, pocos han logrado escapar de la muerte en ese lugar, casi todos los que se accidentaron por equis motivos han perecido. Es como si los que murieron antes quisieran llevarse a los vivos a su sub mundo, una especie de imán atrae a los incautos, los consume, los destruye y los recluta para ser parte del batallón de muertos que comanda la esquelética muerte.

Cierta vez, mi padre me comentó que la culpa era de los chóferes, son ellos que se han olvidado de sus rituales, son ellos los que obvian a los que alguna vez murieron en esa parte.

Luego del susto me fijé que había algo de cierto en la creencia de papá, las pequeñas capillitas que se construyeron en ese lugar –cada una simbolizando a una victima- lucían desoladas, ya nadie les prendía una vela y pocos se persignaban al pasar a su frente.

Ya nada es como antes, cuando los hombres del volante paraban en cada zona conocida de peligrosa y con antecedentes de alojar a la muerte, ya los chóferes se han olvidado que los muertos odian el olvido, ya no saben que las almas son las dueñas de las vías, que son las cuidantes o las que pueden llevarnos en el momento menos esperado. Por ahora me he librado de la negra, la conozco de cerca y se que me espera en el mismo lugar.