jueves, julio 31, 2008

Daniel León


Por: Hugo Supo


Lo peor que pudo haberle pasado a Daniel León a sus diez y ocho años, es enamorarse de su prima Margarita. Fue ahí cuando empezó la tragedia. Algunos de los que fuimos sus compañeros en la Promo 97 del Colegio Nacional Cesar Vallejo nunca terminamos de convencernos de su locura.

Daniel León fue para muchos la envidia del salón: bien parecido, aplicado, deportista, bailarín y con un gran porvenir en el canto.


- Tiene asegurado un buen futuro. Solía decir por aquellos años nuestro asesor apodado El Zorro.


Fue sin duda el hijo predilecto de Don Simón y su mujer, sólo Dios sabe el por qué sus padres cambiaron con él. Algunos hemos sospechado de la rígida educación que Don Simón recibió en la época de los gamonales, lo que no le habría permitido comprender el infortunio que les tocó vivir a su sobrina e hijo.

En realidad nunca supimos si ese amor prohibido fue en verdad consumado, pues al tener las mínimas sospechas, los padres de ambos jóvenes les condenaron a no verse más en la vida terrena. Ella fue a parar a un pueblito de la costa en donde dicen, también enloqueció, mientras él fue encerrado en un cuartucho de su casa, con la cabeza desorbitada y el corazón hecho añicos.

Alguna vez quisimos visitar a Daniel León, porque nos habíamos enterado que estaba enfermo de depresión, pero Don Simón siempre nos los negó. Solía justificar su inaccesibilidad con la supuesta vergüenza que Daniel León tenia hacia nosotros.

Nos contó que su rostro estaba desfigurado. Algún extraño mal había hinchado sus pómulos al extremo de hacerlo parecer una bola llena de agua, sus ojos se habían achinado y casi no podía ver, su color de piel ya no era canela como le conocimos, y una mancha negruzca había empezado a crecerle por encima de la mejilla derecha, eso le hacia tener la apariencia de un raro y feo ser.


- Es hechicería, dijeron algunos de los que lo conocían.


- Es mejor que lo lleven a un doctor. Sugirieron otros.


Pero fue el mismo Daniel León quien se opuso a que lo tratara algún especialista. Años más tarde me enteré que quizás lo hizo porque después de perder a Margarita se había declarado como un muerto en vida, se había auto condenado a vivir deambulando y había decidido huir de su propia realidad.

Me lo dijo él mismo cuando lo encontré en una esquina de la plaza Zarumilla, una mañana de lunes en que la ciudad transitaba más de prisa que de costumbre. Entonces Daniel León ya no era aquel promisorio joven que yo había conocido en los años de colegial.

La suciedad y la vagabundearía lo habían esclavizado. Su rostro no estaba hinchado, pero tenia la apariencia haberse tostado por el sol serrano, en sus pómulos se reflejaba un brillo grasoso que lo hacía parecer más moreno, el polvo se había pegado en sus descuidados cabellos y sus irritados ojos miraban el infinito. Esa mañana Daniel León vestía decrépito y sus pies estaban descalzos. Caminaba sin rumbo, como buscando algo o alguien, supongo yo que a Margarita.

El miedo me estremeció en aquel momento y sólo atiné a quedarme quieto en la acera. Daniel León me sonreía mostrándome sus amarillentos dientes y parecía acosarme con su extraña actitud, su mirada me hacia destilar adrenalina.


- ¿Ya te olvidaste de la gente?. Me preguntó con una afónica voz.


Mi respuesta se ahogó en mis adentros, pues más pudo el temor a la locura de Daniel León.


- No me tengas miedo, todos lo tienen…yo sólo quiero ir a Arequipa, me dijo en el mismo tono.


La familia de Daniel León quiso llevarlo a un hospital psiquiátrico, pero él siempre escapaba de casa, días después regresaba y volvía a huir. Esa era la rutina.

Esa mañana Daniel León me dijo que en realidad no estaba loco, me dijo que estaba muerto y condenado, me dijo que así le gustaba, así se iba a quedar. Fueron tan sólo un par de minutos que me habló sin que yo respondiera palabra, luego una lágrima rodó por su mejilla y empezó a bailar y cantar como loco delante de mi.