martes, octubre 28, 2008

Mi vecina universitaria


Por. Hugo Supo

Fue una noche de viernes rutinario, recibí las acostumbradas invitaciones para emborracharme en algún bar de la ciudad, pero –como ya es común- puse mil excusas para no asistir a las citas. Cansado como me encontraba, decidí irme temprano a la cama.

Una película de terror que no espeluznaba a nadie, comida chatarra embolsada para calmar mis bulliciosas vísceras, un poco de vino para bajar el sebo, en fin… era simplemente un viernes tradicional, en el que había decidido sumarme al aburrimiento, mientras era conciente que otros se divertían donde antes yo lo hacia.

Lo interesante es que, ahora que vivo solo, soy vecino de varios y varias estudiantes que usualmente nunca están en noches como la que les relato. Al lado derecho de mi habitación vive una vecina de la que lamentablemente desconozco su nombre y para ser sinceros sólo tengo sospechas de conocer su rostro.

Llegó ella a media noche, el sonido que hacían sus tacos en el silencio del callejón hizo que me despertara, noté que no venia sola, sus murmuraciones la delataron. Era acompañada de por un joven, supongo su pareja.

Con los tragos encima, tuvieron un momento romántico. Caricias por aquí y por allá, palabritas dulces al oído y sonados besos que se hicieron escuchar hasta mi lugar. Luego lloraron, y ambos se prometieron amor eterno.

- No llores mi amor, nunca te voy a dejar. Recuerdo que dijo ella.
- Prométemelo. Insistió un par de veces él.

Para ese momento, ya los minutos se habían acelerado y el reloj de mi celular marcaba casi las dos de la madrugada. Un momento de silencio me trajo la esperanza de que los borrachos se hubieran quedado adormecidos.

Empero me equivoqué. A continuación, ella salió de la habitación, caminó al baño que se ubica al final de callejón, mientras él esperaba en la cama que esa noche compartirían.

Diez minutos después, el sueño se me espantó definitivamente, pues si antes eran las murmuraciones las que no me dejaban descansar, esta vez eran sonidos más fuertes, llenos de excitación y sensualidad mujeril.

No estuvo mal para él, cualquier mujer hubiera quedado satisfecha después de una faena así, me alegro por ellos. Lo que no me pareció simpático es que los gemidos de mi vecina eran acompañados de un sonido terrible que provenía del mismo cuarto y de la misma cama alcahueta.

Era el catre que no dejó de sonar en todo lo que duró su acto sexual. Por momentos sospecho que lo hacían intencionalmente para invitarme a participar. Es imposible no haberse dado cuenta de mi presencia al otro lado de la habitación.

Pero me sacudiré de las dudas, la próxima vez que vea a mi vecina se lo preguntaré personalmente, ya que esta es la tercera vez que hace lo mismo.