jueves, marzo 04, 2010

Durmiendo con el cuy

Por: Hugo Supo

Ya no soy el mismo. Un poco de mi ha muerto y otro tanto ha revivido. Sospecho que ahora vivo un poco más animal que antes y, algún roedor -del que apenas se cómo respiraba- se ha convertido un poco en lo que era yo hace un par de semanas.

Y es que he dormido con un cuy para cambiarme la suerte. La idea fue de mamá y papá, lo acordamos en Año Nuevo. Aquí en los andes la gente tiene por seguro que cambiarse con el conejillo funciona, la verdad yo también he empezado a creer en esto.

Poco de ciencia y mucho de mito dirían los escépticos, al principio también lo sostuve; sin embargo algunas cosas inexplicables han sucedido, como la vez en la que papá se puso mal de salud y tuvimos que confrontar las radiografías médicas con los resultados obtenidos del cambio con cuy: fue prácticamente lo mismo.

O cuando un vecino se recuperó milagrosamente de un mal que los médicos no pudieron solucionar. Fue el cuy que se llevó esos males, se los cargó hasta la muerte y cuando lo trasquilaron, las personas pudieron ver las mismas entrañas del que se acostó con éste. Igual pasó conmigo.

Mamá dice que lo usual es que sea en las tardes, yo me rehusé; tuvieron que someterme al tratamiento de madrugada. Fue cuando los gallos apenas empezaban a dar sus primeros quiquirequeos, mis sueños fueron interrumpidos por el bullicio de mis padres; en esa ocasión mis doctores.

En medio de somnolencia vi a papá acercarse a mi cama con un cuy entre sus gruesos dedos, tengo que admitir que su sombra me provocó un poco de pavor, me sentí como Tom al ver la sombra de Jerry cuando ve que la silueta del ratón se engrandece y se asemeja a gigantesco monstruo al contrastarse con la luz del fuego en medio de una cueva. Luego, desperté paralelo al tic tac del viejo reloj que cuelga en la pared.

Irremediablemente tuve que aceptar compartir el calor de mis sábanas con el peludo animalito, lo acomodaron entre mis brazos, era escurridizo, quería zafarse cual si fuera un ratón muerto de miedo; aunque todo intento fue vano, porque lo retuve, sentí un poco de sus arañazos, pero finalmente pudimos estar quietos por un largo instante.

Creo que dormité por varios minutos, no tengo certeza, mamá dice que fue algo más de una hora, sólo sé que cuando desperté por segunda vez mantenía a lo que se convertiría en mi radiografía en medio de mis manos mojadas. El maldito se había meado en mi epidermis.

Me quejé como un mocoso, “mamaaá, el cuy se ha orinado en las manos”, al cabo de un minuto entró nuevamente mi siempre atenta progenitora, sonrió burlonamente y me apartó de la ocasional víctima de mis tratamientos.

No pude saber más, del resto se encargó papá, tuve que volver a dormir, me sentí fastidiado porque no podía lavarme las manos hasta la salida del sol. Ya no recuerdo que soñé en los siguientes minutos, cuando me levanté ya el sol irradiaba en toda su plenitud. Eran las ocho de la mañana.

Me lo contaron después; se encargó mi madre, mi padre lo ratificó; ciertamente no estaba enfermo, por lo menos no como presumía, pero me detectaron alguna dolencia en la columna nacida del estrés, “unas bolas blancas se están formando en tu espalda” me dijo mamá, yo supuse que eran esas cosas raras que me provocaban cansancio y cólera en los últimos meses.

Del resto no tuve que preocuparme, mi estructura tallarinesca se vio reflejada en el sistema óseo del animal, mis manías también, y la flojera, y las ganas de dormir, y el mal humor. Me he sentido diferente desde entonces, un poco mejor tengo que admitirlo, aunque tampoco me agrada el degollamiento al que fue sometido mi amigo cuy.

Cierto, quizás sólo sea mera cuestión psicológica, pero curiosamente el médico, consultado días después me ha confirmado que estoy bien, “un poco estresado quizás”. Mamá y papá dicen que debo repetir el tratamiento, ¿qué dicen ustedes?