Por: Hugo Supo
Media docena de años han transcurrido
desde la promulgación de la Ley Nº 30220, la Nueva Ley Universitaria, que categorizó a la
universidad peruana como la institución “fundamental del
desarrollo nacional, de la investigación y de la cultura” (Art.
1). Al menos en intenciones, el nuevo marco legal procura reconectar
la universidad con la realidad nacional, del cual estuvo divorciada
por mucho tiempo, escudándose en la caduca “autonomía
universitaria”.
Pues bien, más de un quinquenio es
suficiente para dirigir nuestra mirada a esta institución y ver sus
aportes en el sentido que la ley manda; es decir, aportes al
desarrollo nacional, la investigación y la cultura.
Aunque particularmente en Puno, los
problemas de hace cinco años siguen siendo los mismos y en algunos
casos más agudos que antes.
Ejemplos sobran: contaminación
ambiental, corrupción, ausencia de inversión, economía informal, descapitalización del campo, escasez de agua, energía con
alto costo, ausencia de industria, violencia familiar, etcétera.
Entonces, la institución universitaria
todavía no parece ser el tránsito a la solución de dichos
problemas; por ahora, sus autoridades están concentradas en asuntos
internos de acreditación y/o licenciamiento, que no es otra cosa que
la formalización de su funcionamiento bajo mínimos requisitos.
¿Cuándo-entonces- la universidad
empezará a liderar el desarrollo de la sociedad? Cuando sus
integrantes comprendan la trascendencia de esta institución y la
encaminen hacia esos senderos.
Cuando se entienda la importancia de
pasar de una universidad de modelo napoleónico-español (la
universidad que forma trabajadores) al paradigma alemán (la
universidad como una corporación al servicio de la ciencia, que no
se limita a un mero canal de transmisión de conocimientos, sino un
motor que hace avanzar la ciencia).
El cambio de paradigmas implicará no
solo acreditaciones o licenciamientos, sino currículas acordes a las
necesidades de la sociedad actual. Requerimos institucionalizar la
investigación desde el primer día de clases, hasta convertirla en
el alma universitaria.
El estudiante debería de aprender
participando en las investigaciones planteadas por otros estudiantes,
catedráticos y la misma sociedad. No más pasividad educativa.
A ello debieran sumarse nuevos
pensamientos epistémicos que revaloren lo profundo de nuestras
culturas, nuevas metodologías para hacer ciencia y nuevos
investigadores a quienes inquiete la compleja realidad local y
universal.
Otra barrera a romper son las
investigaciones unidisciplinarias, ahora que entendemos la
complejidad de los problemas, estos no pueden estar reducidos a una
sola mirada. Las multidisciplinariedad ya es una política
universitaria en otras partes del mundo.
A todo esto, a los gobiernos locales y
regionales les toca invertir en nuestra ciencia, que el canon minero
sea dirigido a financiar investigaciones e investigadores.
Pero no solo se trata de redirigir los
presupuestos, sino plantear la problemática que genere nuevas betas
de investigación, ya sea en ciencias puras, aplicadas o sociales.
Qué bien caería, por poner un
ejemplo, que el Gobierno Regional en alianza con las universidades
licenciadas convoque a los investigadores locales planteando sus
principales problemas, que además ya están identificados en los
diagnósticos del Plan de Desarrollo Concertado y otros instrumentos de gestión. Allí
hay grandes oportunidades para la ciencia y el desarrollo de nuestra
sociedad.
La creciente contaminación ambiental
encontrará soluciones cuando los universitarios nos muestren las
causas y nos encaminen a propuestas viables de sostenibilidad.
Ninguna fórmula importada podría calzar mejor.
La medicina tradicional es un gran reto
para los médicos y estudiosos de la biología. Ni siquiera hay que
empezar de cero, basta con hacer un recorrido por las comunidades y
registrar los saberes previos, que serán el insumo principal para
generar modos de vida saludable.
Y si se trata de recursos minerales, la
próxima meta de la universidad tendría que ser generar fórmulas
para industrializar el litio de Macusani y otras riquezas que yacen
bajo los suelos. Veamos a Bolivia, que neutralizados a falta de
patentes, tuvo que generar un Instituto del Litio en Potosí.
Incluso la investigación debería
tener una tesis respecto a la dinámica social y de gobierno en la
comunidad campesina, a propósito de que esta es nuestra raíz
cultural. Saber, en base a ello, si es realmente posible insertar
políticas comunales en el Estado moderno o se trata de puro cuento
reinvindicativo.
En fin, hay tanto temas como
potenciales investigadores en esta parte del país. No escribimos por
intuición, sino porque así se plantea en la Visión a 2021 del
Gobierno Regional de Puno, donde, parafraseamos, que hemos afirmado
identidad y nos desarrollamos en interculturalidad, que manejamos
sosteniblemente los recursos, que accedemos a la ciencia, generamos
economía y nuestra administración es moderna, transparente y
democrática.
Que la universidad peruana (puneña en
particular) sea verdaderamente el faro que guie el proceso
refundacionista del Perú, tan necesario y trascendente que la
historia lo sabrá reconocer.
(*) Colaboración para la revista
Xullaca de la UNAJ, julio-setiembre de 2020