Por: Hugo Supo
Pocos elementos podrían expresar lo que la danza encarna
para Puno. Desde la época de resistencia indígena-originaria ante el opresor
europeo, pasando por la integración social sincretizada en la Festividad de la
Virgen de la Candelaria, o el desborde iniciado a finales de los setenta del
siglo pasado y, hoy, con lo que este cronista se aventura a denominar “el
momento de la expansión”, la danza nos ha acompañado siempre.
Los movimientos sociales emergidos desde el altiplano
peruano se han esmerado en etiquetarse como una resistencia. El aimara, el
quechua, el amazónico, el uro y hasta el mestizo puneño hemos sido vistos como
los mártires del aguante andino.
No obstante, esa vitaleza, amigas y amigos lectores, es
también la que nos ha impedido virar a objetivos más extensos.
A partir de las enseñanzas del clásico “El arte de la
guerra” de Sun Tzu, diríamos que en el caso nuestro, también, la mejor defensa
es el ataque.
La verdad es que el proceso de expansión ha iniciado ya,
aunque de modo desordenado, en los ochenta y noventa del pasado lustro, cuando
paisanos nuestros -que ahora bordearán las ocho décadas de vida- emprendieron
el irreversible viaje.
A razón de ello es que hoy tenemos residentes en todas
las urbes del gran sur, empezando por Arequipa, Tacna, Moquegua, Cusco, Apurímac
y recientemente con mayor notoriedad en Madre de Dios.
Y la danza ha sido, pues, el Leitmotiv de todo este
proceso que hoy nos pone ante un reto mayor, el de ponerle fin al tiempo de
resistencia e ir a la conquista del sur para empezar, y Lima, nuestra capital,
enseguida.
Ya los puneños más emblemáticos de la prehispanidad
trazaron la senda. Allá por el siglo XIII, Manco Cápac y Mama Ocllo, asentados
en el altiplano, enviaron comitivas de avance hacia el inexplorado Valle
Sagrado, mucho antes del periplo de la mítica pareja según no los recuerda Alfonso
Torres Luna en sus monografías.
Los puneños que hoy ocupan los sitios estratégicos en
ciudades vecinas son nuestra avanzada; los antepasados enseñaron el hilado, la
agricultura y domesticación; hoy aleccionamos sobre la importancia del trabajo,
solidaridad y cultura local.
Para dejar en blanco y negro este postulado, está
nuevamente la danza altiplánica, aquella que hoy ya se practica en gran parte
del Perú, ¿se han dado cuenta? Adelante Puno. (Editorial Revista
Celebremos-Correo 04/11/14 Foto: Internet)