martes, diciembre 25, 2007

Mi andar en la última Noche Buena

Por: Hugo Supo

La pasada Noche Buena, un amigo me envió el siguiente mensaje: Cuando suenen las doce campanadas, cierra los ojos, y pide un deseo al Año Nuevo….A esa hora, yo haré lo mismo. Mi deseo: ¡Que el tuyo se haga realidad!.

Casi al mismo tiempo recibí la triste noticia que la hermana de un amigo de la universidad había fallecido ese mismo lunes. Se me hizo imposible desearle a Oscar -el amigo del que les hablo- una feliz navidad, pues, obviamente, no lo seria para él.

Un poco más tarde, cerca de la media noche, caminé por las calles de Puno. Lo hice solo, como queriendo escapar del mundo conmigo mismo. Caminaba, mientras en mis oídos no dejaban de sonar lo estruendoso de las bombardas, típicas cada 24 de diciembre.

Y mientras mis pies se movían con dirección desconocida, pensé nuevamente, en mis padres, como lo había hecho ya, esa mañana. Y pensé en mi pequeño retoño que en ese momento estaba lejos de mí. Me he vuelto a convencer que nosotros, la gente, somos tan humanos en esos momentos.

Un niño corría delante de mí con un cohetillo en las manos, emocionándose a cada paso que daba. La señora que vendía panetones, volvía a ofrecerme esa masa con pasas, como si me conociera de muchos años. La gente caminaba más de prisa que de costumbre. Claro, había que estar en casa cuando llegue la Navidad.

Pasaba eso, mientras un flacuchento perro acompañaba a una limosnera en las puertas del Templo San Juan, abierto a esa hora, y preparado para la Misa de Gallo. Un poco más allá, jóvenes parejas se emocionaban al ver a los suyos, quien sabe después de cuánto tiempo.

Un amigo mío buscaba a esa hora un lugar dónde pasar la noche, le llamé, no me respondió el celular, y esperé que hubiera encontrado un refugio, pues empezaba a llover.

No vi muchas caras felices, al contrario, creo que la cercanía a esta fecha especial, hacia circular rostros llenos de tensión por las bulliciosas calles. Incluso había gente que en sus ojos reflejaba melancolía, parecía que quisieran llorar, pero, por alguna razón no lo hacían, quizás, por que de un tiempo a esta parte, nos hemos olvidado que expresar nuestros sentimientos nos convierte en seres humanos.

El frío se hacia más intenso, y un villancico melancólico volvió a sonar en la radio. Es tan poco lo que falta para el final del año, y tanto lo que ha avanzado el tiempo, que quizás no nos ha quedado un momento para reflexionar en lo maravilloso de este planeta. Aunque seria mejor, sin esas escenas de sufrimiento que a veces tenemos que enfrentar, me dije.

Habrían faltado unos cinco minutos para que los abrazos y deseos de Feliz Navidad inunden las calles y hogares del mundo, cuando decidí hacer la retirada. Subí al cuarto que alquilo en esta ciudad, y esperé la media noche en mi cama.

Lo que finalmente redescubrí esta Noche Buena, es que la magia de la Navidad, la llevamos en nosotros mismos. No se trata de religiones, ni de creencias. Simplemente es volver a saber que podemos ser más humanos. Ese es el verdadero nacimiento que está en nuestro interior.

Ahora viene el Año Nuevo, un tiempo de renovar esperanzas, de refinar metas, y volver a comprometerse con nuestros propósitos. La noche del 31 volveré a caminar por las calles de Puno, y haciendo caso al deseo de mi amigo con el que empecé este relato, a la media noche desearé que tu deseo se cumpla en el 2008. Ya les cuento.