domingo, marzo 08, 2009

Lima, desigualdad y aventura


Por: Hugo Supo

Estoy en el cielo. Vuelo a Lima. Dos gringas coquetas van al lado mío. No sé si estoy cómodo. El avión de LAN es mi única opción para viajar. Me causa gracia que Alan García promocione la campaña Cómprale al Perú. Hildebranth tiene razón, quiero comprar peruano ¿pero dónde?

- Si los chilenos quisieran, ya nos hubieran hecho añicos.

Es Paúl –va al mismo sitio que yo- que también ha reflexionado sobre el poder de los chilenos en nuestros cielos. El aeropuerto Jorge Chávez se ha convertido en una especie de paradero de combis, donde las naves LAN son las únicas que llegas a distinguir, porque el resto no existe.

Los dueños del Perú me han invitado a conocerlos, voy donde ellos, conmigo somos cinco los que hemos llegado de Puno. Un taxista nos cobra 25 soles hasta Miraflores, allí está el hotel José Antonio donde nos alojaremos unos días, hotel de cuatro estrellas, nada menos.

*****

El seminario ha empezado, veo que no somos los únicos, reconozco a algunos arequipeños que he visto por la televisión. Somos del sur, ese sur contestatario, ese sur rebelde que ahora quieren conquistar los liberales.

Nos hablan personalidades conocidas, han preparado un programa especial para nuestro recibimiento. Un brindis con vino peruano es la mejor opción.

*****

Ha llegado la noche del primer día. Mis amigos y yo hemos de salir a vivir la vida. En Miraflores, un lugar recomendado es la Calle de las Pizzas. Bares por doquier. Gente con bríos de fin de semana. Luces fosforescentes encendidas. Simpáticas meseras nos alientan a quedarnos a brindar un par de cervezas. Así lo hacemos.

Pero no han sido dos cervezas, en la sierra acostumbramos tomar en vasos pequeños y en rondas donde la botella pasa de mano en mano. En la Calle de las Pizzas no. Aquí la cerveza viene en jarra, de esas que se ven en películas alemanas, de esas grandes donde deben entrar el licor de una botella de 620 mililitros.

Hemos hablado de todo un poco: De nuestras vidas, de los colegas, de lo nuestro, hemos rajado un poquito de nuestros anfitriones y otro tanto de nuestras mujeres.

Son las dos de la mañana, es el tiempo de la retirada, ya no hay más bares abiertos, todos están cerrando por que así lo ha dispuesto su municipalidad, ya nadie nos ofrece visitar sus célebres nigth clubs. Las luces fosforescentes que antes nos recibieron, nos despiden ahora, nos invitan a regresar mañana. Quizás, sólo quizás ocurra de nuevo.

*****

Es jueves. Es el segundo día del seminario. Tuve que tomar café cargado en el desayuno para que el sueño no me subyugue, unos sorbos de agua mineral y a trabajar se ha dicho.

Hoy el día hubiera vuelto a ser pesado, sino fuera por que conocimos a Devora. Ahí está. Sentada al frente mío. Su rostro refleja esa exquisita combinación de belleza simple. Debe tener unos 25 abriles. Su cabello suelto la hace ver sensual. Sus pupilas son negras, tan negras que del fondo emiten un brillo provocador.

Su rostro es hermoso, combina con ese vestido verde de amplio escote que nos revela algo de sus rellenas curvas. Tengo que admitirlo. Sus carnes me excitan un poco, pero, nada más que un poco.

Su piel es color canela, sospechamos que no es de Lima, luego lo constato, cuando se auto presenta como apurimeña. Dice que es Devora Inga.

*****

Es el centro de atención de casi todos los machos que estamos aquí, en el auditorio del José Antonio, noto que a algunos poco les interesa hablar de economía de mercado –para lo que nos invitaron-, se fijan más en la chica, la buscan, le hablan, le ceden el asiento, le guiñan el ojo, quieren arrancarle una de sus dulces sonrisas y algún suspiro.

Devora nos sorprende cuando interviene en los debates. Opina bien. Está preparada. Es de armas tomar. Se le nota. Ya no es simple objeto sexual para nuestras malintencionadas vistas.

Al final de la jornada, la chica nos invita a visitar su casa. Una modesta casucha capitalina, imaginamos. Pocos nos animamos. Otros han preferido recorrer rutas diferentes a las nuestras. Ahí van los cazadores de diversión nocturna. Nosotros preferimos a Devora.

*****

Vamos en taxi, tenemos que ir a La Molina, Paúl le pide al taxista que sintonice “Z Rock and Pop”. Los ánimos se encienden. Es fin de semana y Lima está empezando a vivir la noche. La ochentera radio nos invita a seguir la ruta de Devora.

Hemos ingresado a La Molina, pero la casa no es allí, hay que subir a la exclusiva Planicie, el auto de Devora nos toma la delantera, nos guía por un raro barrio en el que las calles no tienen veredas, ya que aquí nadie se toma la molestia de caminar, nos sorprende el estricto control al ingreso. Nos incomoda, pero así es, felizmente somos los invitados de honor.

*****

La casucha capitalina no es tal, sino una de lujo. – Que modesta-, pienso de Devora. Me sorprende su residencia. Tiene piscina temperada, cuatro o cinco autos del año, perros con pedigrí, escaleras de quinceañera y hasta lucecitas que iluminan las faldas de su propio cerro.

Me sorprendo aún más al conocer a quien en algún momento quisimos decir suegro. Un viejito simpaticon que estuvo merodeándonos después de que llegáramos. Devora no los presenta.

-Mi padre, el doctor Edmundo Inga Garay-, nos dice.

Ahora lo reconocemos, el doctor Inga fue candidato presidencial, la última vez postuló en tiempos del fujimontesinismo. Fracasó por supuesto en su intención de llegar a sentarse en el Sillón de Pizarro. Luego ha defendido a los ilaveños que están acusados del asesinato del ex alcalde Cirilo Robles, también a Antauro Humala…

La noche se hace intensa. Hablamos de política, de realidades, de Puno, de Devora, de las tesis del doctor Inga y de sus intenciones de volver a postular. Comprendo la verdadera razón de la invitación...

Las cervezas enlatadas se nos han subido un tanto. Lo comprendemos casi todos. Casi, porque un moqueguano no lo hizo y alucina estar en su propia cantina. Devora tuvo que ofrecerle que se llevara las faltantes cervezas y hasta las papitas light para el camino de regreso al hotel. Nos abochornamos un poco por la escena. Paul, Yovani y yo nos alegramos que no sea puneño. Nos despedimos con dignidad.

El doctor Inga es buen tipo, se percata de que no trajimos auto, él y Devora nos llevarán hasta una avenida por donde pasan taxis, allí nos despediremos, quizás para siempre, quizás con un hasta pronto.

*****

De regreso nos salen bromas, cuentos, historietas y ganar de cantar. La mitad de nosotros va en otro taxi. A ellos los perdemos por el siempre confuso tráfico capitalino. Al llegar al hotel nos percatamos que no han vuelto. La noche continúa para nuestros ocasionales amigos. No importa. Hay que dormir mientras el sol no salga de nuevo.

Es de madrugada. Estoy en la habitación 605 del José Antonio. Pienso en lo paradójico que ha sido conocer a Devora, en su casa, en sus perros con pedigrí, en el doctor Inga prometiéndome venir a Puno y alojarse en mi casa.

Pienso en mi casa, en que no tengo una mansión ni perros con pedigrí. Recuerdo a mis calles, las veo con sus indispensables veredas. Recuerdo que soy de allí, de donde es difícil tener auto del año, de donde la gente si camina, de donde vagan perros chuscos en las esquinas. Duermo. - Felizmente al terminar la mañana volaré nuevamente a Puno.


*****

Me voy con el sabor amargo de haber conocido La Planicie. No es envidia lo que siento, más bien es un poco de rabia, rabia sincera, pues antes de embarcar tendré que también conocer la casa de Ruth en Jesús María, una señora que tiene historia disímil a la de Devora.

Una historia que dice que si bien Ruth vive en Lima, no sabe de lujos, no sabe de pedigrí, no sabe de calles en las que no hay necesidad de veredas. Ruth es una mujer sencilla, requiere una silla de ruedas y por lo pronto está postrada en cama por causa de un accidente. Hoy la voy a conocer y luego a marchar.

Me voy de Lima con ese sabor amargo de haber visto los muchos rostros que tiene esta ciudad, a tan pocos kilómetros una de otra. Esas caras me confirman que para saber de desigualdad, no es necesario llegar lejos de la capital. Aqui está presente, más claro que nunca.