Por: Hugo Supo
Algunos bilingüistas se alegran mucho
cuando a alguien se le ocurre presentar textos escritos en quechua o
aimara, como cuando a la exgestión edil de Puno se le ocurrió
renombrar sus oficinas con letreros en idiomas nativos, bonito para
el gesto, pero nada más.
Mejor hubiera sido que -como política
institucional- la comuna atienda en idiomas locales a quienes así lo
requieran, para eso se requería mayor iniciativa por supuesto, para
capacitar a los servidores municipales y socializar ese acercamiento
de la institución con la cultura. Se prefirió lo simbólico y
facilista.
Después de los letreros, las cosas
siguen igual que antes, con oficinistas que atienden en español y de
mala gana, lo que deja al bilingüismo como un mero saludo a la
bandera.
Lo mismo ocurre cuando algún
entusiasta promotor del bilingüismo escribe textos en quechua o
aimara queriendo reivindicar lo nuestro. ¿Puede decir alguien cuánta
gente se pone a leer en los idiomas nativos?
El problema aquí es que se malentiende
el instrumento lingüistico para expesar cultura. Sobre todo, cuando
hay un desmesurado empeño con la lecto-escritura de lo nativo, como
desconociendo que la base cultural andina siempre ha sido lo oral.
Llama la atención por eso que las
universidades y los profesionales involucrados con estos asuntos no
hayan realizado, o al menos ideado, un proyecto para concretar un
gran archivo audiográfico de la región Puno.
¿Cuánto le costaría a alguna
universidad hacer el proyecto audiográfico de las cosas que no
necesariamente tienen que estar escritas para pasar a la historia?
Con el boom tecnológico debería resultar bastante económico y
hasta rentable.
Por eso, más allá de lo simbólico,
ya requerimos trabajar un proyecto cultural serio en el Altiplano, no
vaya a tener razón el defensor del Pueblo, Walter Gutiérrez, que
acaba de vaticinar el fracaso de la EIB (Educación Intercultural Bilingüe), y con ello todos los
esfuerzos por estos temas. (Correo Puno Juliaca 29/12/16 Foto:
Difusión)
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