Por: Hugo Supo
La currícula escolar debería de
enfatizar en la enseñanza de hechos históricos regionales de
trascendencia. Hay mucho puneño extraviado cuando de hablar de
historia se trata. Y qué bien calza aquí aquella frase de “Pueblo
que no conoce su historia está condenado a repetirla”.
Uno de los pasajes más importantes del
siglo pasado son los sucesos de Wancho Lima (Huancané), capital de
un proyecto autonomista engendrado por los anarco-sindialistas de los
años veinte y campesinos aimaras liderados por Carlos Condonera.
Es trascendente porque la de Wancho
Lima -a diferencia de otras- fue una revolución constructiva, es
decir, que más que destruir al opresor, se ha buscado el nacimiento
de la República Aimara Tahuantinsuyana, un nuevo orden, alternativo
y justo para la sociedad indígena, en ese entonces invisible para la
república costeña gobernada por Augusto Leguia.
Asimismo, los líderes constructores de
Wancho Lima habían priorizado la educación como el camino a la
liberación. He ahí la razón por la que fundaron escuelas
clandestinas en sus propias casas, a costa del acoso y vendeta del
misti.
No es menos importante el despojo del
“qatu” a los hacendados de Huancané; la lucha económica no
significó la negación del mercado, por el contrario, fue la no
provisión a los mistis, para acercar los bienes y servicios a los
propios indígenas.
Al final, la matanza ocurrida el 16 de
diciembre de 1923 en las comunidades es señal de que el camino
optado por los indígenas había despertado un desesperado celo entre
los hacendados explotadores.
Quizás el error fue la inocencia
dirigencial de creer en el utópico proyecto republicano y la lírica
benevolencia de los indigenistas capitalinos de entonces.
¡Cuánto por aprender nos queda de
Wancho Lima y el proceso revolucionario que los aimaras nos han
heredado! Y deberíamos de estudiarlo, no para lamentarlo, sino para
persistir en la idea de construir. (Correo Puno Juliaca 22/12/16
Foto: Difusión)
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