Por: Hugo Supo
Cada febrero, Puno se viste de gala por
un acontecimiento único en el país: la Festividad de la Virgen de
la Candelaria.
Inscrita en la lista representativa del
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, esta no
solo es una expresión de fe a la virgen María, sino un desborde
cultural que ha crecido hasta contagiar a, prácticamente, todo el
país.
Las estimaciones de las entidades
estatales, respecto al turismo de Candelaria, son siempre positivas y
en crecimiento; pero no hablamos de cualquier turista, es
principalmente el mismo peruano que regresa a sus raíces o aquel
foráneo que se ha dejado enamorar por la cultura viva del Altiplano.
Aquí la fe no se ha quedado dentro de
los templos; en la altiplanicie, la creencia en las divinidades
inunda calles con música y bailes diversos.
Bien dicen que se trata de una fe en
movimiento, una expresión que acompasa a todo un pueblo en torno a
la imagen de la Mamita para agradecer por la vida o para rogar para
que se acaben los tormentos.
A orillas del lago Titicaca, la
adoración tiene como lenguaje a la música y danza; sin temor a
equivocarnos, la celebración debe mover al menos 100 mil danzarines
y otro tanto de músicos, eso trasciende a la religiosidad o folclore
para alcanzar aspectos sociales, económicos y hasta políticos,
razón por la que la UNESCO la considera dentro de los certámenes de
valoración mundial.
La fiesta también es un sincretismo
entre lo occidental y andino, pues es aquí donde se puede apreciar
las tradiciones más profundas de la nación mezcladas con lo
aprendido del evangelio europeo.
Por eso se dice que la Virgen de la
Candelaria es el rostro moderno de la Pachamama, la Madre Tierra, tan
acentuada en el hombre de los Andes y su quehacer cotidiano.
Con todo
esto, en estos días Puno acoge al Perú y el Perú se resume en
Puno, si hay una ocasión que merezca oficializarse como una fiesta
nacional, esa es la de la Mamita Candelaria. (Correo Puno Juliaca 26/
01/17 Foto: Hugo Supo)
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