Por: Hugo Supo
Cuando el ilaveño Gregorio TiconaGómez llegó a gobernar la capital regional, a finales del siglo
pasado e inicios del presente, marcó un hito trascendental para la
historia política del Altiplano peruano.
Por primera vez, un hijo de campesinos,
cobrizo como la mayoría de nosotros, había llegado al poder y hecho
lo que el “misti” no hacía desde hace tiempo: encender la
política local para pasar de elecciones exitosas en una provincia
periférica (El Collao), para asentarse en el conservador pueblo de
Puno y, luego, representar al departamento en el Congreso de la
República.
Más allá del triste final que le tocó
a Ticona por ceder ante la red corrupta del fujimorato, en definitiva
su despertar político ha sido el punto de quiebre visible para el
viraje de la región.
Después de esa experiencia, los días
de los políticos tradicionales (herederos de apellidos, linaje y
haciendas) estuvieron contados. Quizás David Jiménez Sardón fue el
último de dicha casta que tuvo el honor de gobernar esta parte del
Ande.
Y las actuales autoridades son producto
de dicho proceso. Juan Luque es el más típico representante del
progresismo juliaqueño, pasa lo mismo con el hoy vapuleado Oswaldo
Marín o con el profesor acoreño Iván Flores en la capital puneña.
Echemos una mirada a nuestro alrededor
y comprobaremos que los hijos de campesinos finalmente han tomado y
compiten por el poder local.
¿Que no saben gobernar?, ¿que lo
están haciendo peor?, ¿que están para llorar? Pueder ser. Pero
¿estamos comprendiendo realmente el momento histórico que vivimos?
Puede que esta punta de lanza tenga
muchos errores, por eso rogamos para que los próximos políticos en
acción -también hijos de campesinos- se preparen, estudien,
triunfen en lo suyo, que entiendan que la política es para servir y
no para servirse, que sepan es posible ser mejores. (Correo Puno
Juliaca 02/03/17 Foto: Difusión)
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